sábado, 7 de marzo de 2015

CON LA BOCA ABIERTA


Queridos blogueros: Como esta semana no he tenido la oportunidad de disfrutar de ningún evento cultural digno de figurar en este blog, me permito incluir este cuento de mi cosecha, que espero sabréis apreciar.

 Con la boca abierta

     Se lo había dicho mil veces que así no podíamos continuar, que aquello no era vivir, que no había ni dios ni mortal que lo aguantara. Pero él parecía no querer entenderlo.
    Y es que no hay ser humano que pueda soportar un día sí y otro también, gritos, golpes y humillaciones, sin que exista la más mínima causa, culpa o justificación.
    Dolía mucho tener que oír todo lo que salía de aquella sucia bocaza, que solamente se abría para gritar, vejar o insultar, a lo cual seguía una lluvia de golpes que de manera continua e impotente tenía que soportar.
     Aunque eso sí, después no faltara aquello de: que si perdóname mi amor, que si no lo voy a hacer más, que si no sé lo que me pasa, que si estoy muy arrepentido. Pero que duraba tan poco, que al cabo de un par de días aquella maldición surgía de nuevo.
     Además no era solamente yo la que recibía aquel maltrato, pues a mis dos hijitas, pobres angelitos, también las alcanzaba parte de lo que habitualmente reservaba. Y eso que de la casa, las niñas o de mí misma, no podía tener ninguna queja, pues ni una sola excusa justificaba que descargara en la violencia hacia nosotras, todos sus miedos, fracasos, y complejos.
     Por eso fue señor juez, que al verle así, sentado en la butaca y dormido frente al televisor, con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta, pensé que sería una lástima desperdiciar todo aquel aceite aún caliente con el que acababa de freír el pescado para la cena, arrojándolo por el desagüe del fregadero.


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