viernes, 24 de julio de 2015

INOCENTES COMO LOS ANGELES




Inocentes como los Ángeles

           
Es frecuente que me encuentre con ellos, cuando al visitar a mi nietecita, tomo el autobús que me conduce a la urbanización en la que habita junto a sus padres.  
Justo enfrente, se encuentra un edificio en el que se ocupan de la atención de los que ahora se denominan, con mucho más justicia, personas diferentes, y que anteriormente se definían como subnormales, deficientes mentales  o mongoloides, según el criterio personal de quien los nombrara.
En grupo, acompañado de educadores y cuidadores, abordan el autobús entre recomendaciones, comentarios al uso, a menudo graciosos y acompañados de estrepitosas risas. Otros callan y observan.




Sentado entre ellos, noto una fuerte opresión que algunas veces ha llegado hasta hacerme asomar alguna tímida lágrima, fruto de mi empatía hacia ese colectivo.
Hay quienes su físico denota de inmediato su condición, mientras que otros parecieran “normales”, y lo escribo entre comillas, hasta que pronuncian alguna frase que les delata.
A menudo me pregunto qué pasará por sus cabezas, qué pensarán del mundo que les rodea, de la vida, de la muerte, si serán felices en su estado y tantas cosas más.
Pienso en sus familiares, con ese inmenso amor hacia ellos y su gran dedicación y entrega. Y en ese momento no dejo de sentir y lamentar el peso de ese error de la naturaleza, que tanto me cuesta asimilar y aceptar.

Me rebela pensar, cómo de niño me contaron que los hombres y mujeres habían sido hechos a imagen y semejanza del Creador.